Poemas

En el siguiente link podéis descargaros un PDF con 11 poemas de El cielo y la nada (dos por cada una de las cinco secciones del libro más una bola extra). Os invito a leerlos y, si os gustan, a compartirlos y que sigan su camino:

El cielo y la nada – 11 poemas


Debajo, una pequeña muestra con tres poemas de El cielo y la nada: “No lugar”, “Nirvana” y “Ritual”; y tres de Los adolescentes furtivos: “Lunar”, “Cuello» y «Madrugada”.

Poemas de El cielo y la nada:

Os voy a contar un secreto:
a menudo padezco insomnio,
imagino playas solitarias,
organizo mis rebaños
y me volteó de un lugar a otro
sobre muescas de anteriores vidas.
Sí, ya sé…

Después conduzco de madrugada
hacia estaciones de servicio.
Las elijo con grandes lunas
y trazo líneas paralelas
con la exposición prolongada
de la retina sobre los faros.

No es necesario pedir café.
Las camareras reconocen
a los pasajeros perdidos
y saben reconfortar el sueño
elevando dulcemente la mirada.

Con frecuencia estamos solos,
escuchamos el hilo musical
y sonríen con timidez
tratando de entablar conversación:
No nos mata el amor
sino la nostalgia.

Entonces sé que es momento
de seguir adelante y buscar
un nuevo lugar donde detenerme.
Pero las noches se agolpan
y sólo alguna tormenta veraniega
me detiene fascinado
en mitad de ninguna parte.

Cada vez necesito ir más lejos
y virar hacia carreteras secundarias,
me siento un oopart abandonado
en una dimensión paralela a la mía.
Temo algún día no estar de regreso
cuando amanezca.

(No lugar)


Looking up at the stars, I know quite well
That, for all they care, I can go to hell
W. H. Auden

.
Me he descubierto tantas veces siendo yo el que más ama,
atravesado de alfileres sobre un corcho olvidado
junto a fotografías tomadas en ciudades remotas,
vértebras del esqueleto del mundo
donde amanecíamos radiantes
o durmiendo al raso bajo una rodaja de luz,
que ya puedo calibrar mi dolor
con la precisión de un alquimista.

Sé de lo que hablo: desprender la horquilla
y provocar tormentas eléctricas,
caminar en paralelo por la vía del tren
y patear los dos la misma lata,
desplazando la vida siempre hacia delante,
prestar mi camiseta para que duerma
con el logo de Nirvana arqueado sobre el pecho
y sangrarnos las encías sobre la pulpa de una manzana.

Hacer un fundido en negro en mi vida
y aparecer sonriente unos meses más tarde,
saludarla al descuido: hola, cómo te va,
y decir te equivocaste, sí te equivocaste,
aunque sepas que es mentira
y seas tú quien duerme hecho un ovillo,
mientras volteas de nuevo las fotografías
y acumulas recuerdos en un cajón apartado.

(Nirvana)


Poco antes de dormir,
levanta la camiseta
y une su pecho
desnudo con el mío.
Mentiría si dijera
que oigo sus latidos
o que los míos golpean
como la aldaba
de una iglesia abandonada.
En realidad permanezco inerte
sé que es su momento
y sólo deslizo un dedo
por el arco de su espalda.

Después,
acomoda la mejilla
junto a mi hombro
y sus ojos revolotean
veloces bajo los párpados.
Ubico la sábana bajo
la línea de nuestras cabezas,
dos pájaros suspendidos
en un cable olvidado,
y contemplando el ocaso
aguardo al día siguiente
para que vuelva
a hacerlo de nuevo.

(Ritual)


Poemas de Los adolescentes furtivos:

Tengo un lunar nuevo, dijiste.

Rápidamente desplegué su cuerpo buscando ese raro accidente geográfico. Mi sorpresa fue mayúscula, pues moraba en una de mis áreas de recreo predilectas. Desoyendo a la razón y oráculos, emprendí la marcha avanzando concéntricamente por mor de las Erinias. Próximo a sus faldas, las brújulas enloquecieron y el peso de la gravedad se hizo insoportable para mis porteadores. Sobre la cumbre observé la lógica iniciática de sus formas y la certeza del imposible regreso.

(Lunar)


La perpendicular enhiesta que separa tu cuerpo y el mío tiene una pequeña falla corva, exactamente a cinco pies sobre el nivel del mar. En ese punto, descienden un número finito de vértebras hacia el vértice meridional. Remontando los peldaños, en las regiones boreales, la cerviz conserva su frescor primitivo y pervive en ella la estela olvidada de antiguos exploradores.

(Cuello)


De madrugada,
las calles se tornan feraces,
el vaho vivifica las raíces que brotan de las calzadas
y el violento carmín de los tacones de aguja
se protege de la lluvia
en los párpados ocres de centeno
que duermen en las fachadas.

En los portales,
late un murmullo de acero y cuerpos deseantes,
los maestros de esgrima se baten en duelo
y entre adoquines
flotan cadáveres de enamorados
que ensayan caligramas.

Es oscura la noche entonces.
Las chicas hispanas desenredan sus trenzas en las cabinas
y anotan versos de nueve cifras sin remite,
los canes enloquecen con su propio rastro
y apátridas del cielo descienden
a trocar sus penas en los billares.

A esas horas, la luz es un animal herido,
que danza, como las tribales formas se contemplan,
en el latón abandonado de las esquinas
y en los verticales rostros
que aguardan tras las ventanas
su propia resurrección.

(Madrugada)