Saudade

Escribí este poema durante el anterior confinamiento, sin saber que meses después seguiría igual de vigente. Los amigos de Kopek lo publicaron ayer en su revista digital y, ante la buena acogida que ha recibido, lo comparto también por aquí.

Ojalá que pronto volvamos a tomar las calles, que reparemos todo aquello que no ha funcionado y que, más allá de las habituales palabras huecas, ayudemos de verdad a quienes más lo necesitan antes de que la crisis los arrolle.

https://www.revistakopek.com/creacion/saudade/

Saudade

Resido en un edificio anodino
frente a un bloque de hormigón gemelo,
                                             durante el día
nos sombreamos mutuamente
como dos monumentos funerarios
tratando de negar la posteridad del otro
                                             y al mitigarse la luz
somos islotes solitarios en un océano insondable.

Pero este inesperado confinamiento
me ha hecho prestar atención al exterior:
los destellos de color siena al atardecer
y el esplendor geométrico de las azoteas,
puntos ciegos del fin del mundo.

También los balcones ofrecen descanso
y engalanan sus modestas tarimas
como cuadros silentes de Méliès
o disparatados entremeses del Siglo de Oro.

Frente a mí,                      un anciano
baila siguiendo un suave ritmo interno
y abriga el vacío entre sus brazos.
                              Una muchacha
observa vanidosa a un mensajero,
que prueba a seducirla desde el ciclomotor
como proletarios en un portal de Verona.
               En el quinto, un tipo
atisba parapetado entre tiestos
y crucigramas la escena.
                                             Y en el ático
un chiquillo colorea una flota alada
mientras sus padres socializan,
oh cauterio suave,
reconciliaciones y desencuentros.

Las horas caen
                              blandas
como un tarro de miel por las fachadas.

                                             El anciano
pierde el compás y abandona su ensueño,
                              el mensajero
parte arrogante como un heraldo entre la gleba
               y el tipo solitario del quinto
se masturba sobre unos gladiolos
gritando que también vuole una donna.

Sin embargo,
la ingenuidad y la locura
son estados transitorios
y obrado por el mismo milagro
que produce la nieve a nivel del mar
                                             cada tarde
alguien saca un chelo en un barrio obrero
y toca una suite de Bach.

Al cabo de unas semanas,
la inepcia gubernamental
y la cifra de muertos
se me hizo insoportable,
dejé de prestar atención al exterior
y de querer dar testimonio de ello,
me refugié en mi trabajo,
en arropar a quien me amaba
y en la lectura vehemente de Balzac.

Sé que algún día la desazón remitirá
y volveremos a poblar las calles,
                                             pero hoy,
sólo la cadencia de ese chelo
y el errático vuelo de un avión de estraza
mantienen con vida la esperanza.