¿Cómo son las 24 horas de alguien que escribe? Os comparto este poema de El cielo y la nada donde glosé las de un yo poético no tan lejano a muchos de nosotros. Tampoco es que antes saliéramos demasiado a la calle, pero cómo se echa de menos. Ánimos y fuerza.
LAS HORAS DEL DÍA
A Sol
A medianoche, un vehículo pesado recorre el exterior, la luz cenital se balancea y su fulgor se descompone en un prisma irisando su cuerpo antes de extinguirse.
A la 1 combato el insomnio jugando mentalmente con las palabras, construyo sinsentidos y las desplazo adelante y atrás en el poema como un basculante diente de leche.
A las 2 los sueños germinan en mi cabeza dibujando una gran parrilla televisiva, pero no puedo escoger aquellos que prefiero.
A las 3 irrumpen en el metraje antiguas amantes y disfruto deteniéndome ahí como en una vieja película de enredos.
A las 4 un desconocido llama por teléfono en mitad de la noche: al oír mi voz sabe que ha equivocado el número, pero me pide que escuche su historia para poder olvidarla.
A las 5 subo a la azotea, la ciudad duerme embozada en su manto oscuro y contemplo absorto su silueta como un gato negro pensando en su siguiente reencarnación.
A las 6 descubro entre la polución una estrella solitaria, quién sabe si explosionada hace millones de años, se contonea pálida tratando de ser recordada: su temor es el mismo que el nuestro.
A las 7 la observo ducharse y se mantiene unos segundos más bajo el agua, aun cuando sabe que ya no hay restos de jabón sobre su cuerpo.
A las 8 nos despedimos, anoto en el margen de un pedazo de diario cuatro versos sobrevenidos y los protejo tras la cubierta de un libro perdiéndolos para siempre.
A las 9 acumulo los encargos pendientes sobre el escritorio, tomo paciente el primero y las pilas se desmoronan sepultándome entre errores ortográficos.
A las 10 escribo, borro, garabateo, me meso los cabellos, observo la caída de diminutos copos blancos en el interior del pisapapeles y empuño el lápiz por el estudio como un zahorí desorientado.
A las 11 hallo un par de versos a los que poder aferrarme y vuelvo a engañarme pensando que la lucha tiene sentido.
A mediodía me siento perdido, finjo ser un ave del paraíso, hundo la cabeza entre las piernas y giro sobre mi propio eje abriendo un orificio al exterior.
A las 13 tomo asiento en un parque, las cotorras parlotean sin cesar y un pequeño roedor se detiene frente a mí calibrando de qué modo portearme a su despensa.
A las 14 trazo un círculo a mi alrededor, tallo minucioso su nombre en un hueso de animal y lo lanzo contra el viento invocando su presencia.
A las 15 recibo un mensaje de texto: ella también me echa de menos.
A las 16 llueve débilmente moteando el asfalto y salto circunspecto de un lugar a otro como en las tomas falsas de un confuso musical soviético.
A las 17 la tormenta arrecia y doblar cada esquina es adentrarme en el cabo de Hornos.
A las 18 anclo en una cafetería, la camarera pliega un mantel de damasco rojo hasta fundirlo con su esmalte y me atrinchero tras un libro esperando su venida.
Al atardecer, las ventanas se buscan unas a otras encendiéndose sin fin como en un inacabable juego de espejos.
A las 20 erramos juntos por las calles empapadas, la rodeo por la cintura y nos alejamos del cian del lienzo ocultándonos tras el marco.
A las 21 aún quedan manchas de día en las esquinas y un perro vagabundo orina sobre ellas trayendo la oscuridad consigo.
A las 22 nos desvestimos, ella me muerde levemente el pómulo y desordeno las pecas de sus mejillas creando nuevas constelaciones.
A las 23 duerme como la hiedra enredada entre mis brazos, me deslizo bajo un delgado brote y regreso a la azotea buscando el latir de la vieja estrella.
A medianoche, el levante escampa la niebla alumbrando candilejas sobre nosotros, sello al fin los párpados y siento que la vida es interminable como una ciudad portuaria china.
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